¿Conoces el término "hambre emocional"? Es posible que te hayas topado con una situación en la que este sentimiento se haya apoderado de ti, y todavía no lo sepas.

Las emociones no son sino respuestas de nuestro cuerpo a los estímulos que recibimos del exterior. Todo lo que somos, sentimos, pensamos y hacemos tiene que ver con nuestras emociones; es decir, con nuestras respuestas psicofisiológicas a todo lo que nos rodea. Y esto, incluye la comida.

La comida, un papel emocional en nuestra vida

Desde que somos pequeños comenzamos, sin darnos cuenta, una relación con la alimentación. ¿Por qué? Porque ya en nuestros primeros días, meses y años de vida, nuestra principal fuente de nutrición proviene de cuidadores primarios. Cuando nuestra alimentación depende de otra persona, se establece un vínculo emocional tanto con ella como con el alimento, que nos nutre y protege de agentes externos.

A medida que crecemos, la relación con lo que comemos se acrecienta. El medio que nos rodea nos influye, y esta influencia se ejerce también sobre la comida. La comida cobra un papel emocional en muchos aspectos de nuestra vida: ya sea en celebraciones sociales (cumpleaños), fiestas familiares (desde la clásica comida de los domingos a la Navidad) o cuando se nos ofrece un determinado alimento como "premio" o "regalo".

¿Un ejemplo? Cuando un niño recibe una pieza de bollería, o un alimento considerado insano, por realizar una tarea bien. O cuando para demostrar cariño o agradecimiento, se nos regala una caja de bombones: alimentos ultra procesados que actúan como "capricho", a los que, sin darnos cuenta, les asociamos una relación de acción-recompensa.

La relación acción-recompensa se da cuando interiorizamos (normalmente, de forma inconsciente) que solo podemos tomar ciertos alimentos si "hacemos algo bien", ya que suponen miedos como el aumento de peso o el sentimiento de culpa.

Hambre emocional vs. hambre real

¿Alguna vez has abierto la nevera para "ver qué hay", sin ni siquiera tener hambre? Probablemente sí, y no eres, ni mucho menos el único.

Ya sea por estrés, problemas personales, ansiedad... En ocasiones canalizamos nuestro estado emocional a través de la comida, utilizándola como un recurso con el que sentimos un placer instantáneo, pero que después suele acarrear un sentimiento de culpa.

Gestionar las emociones a través de la comida puede no resultar positivo para tu bienestar general y conllevar complicaciones en tu salud física y mental.

¿Cómo identificar el hambre emocional?

  • Suele aparecer de repente, aunque hayas comido hace poco
  • Se te antojan alimentos específicos y normalmente, dulces o grasientos, ya que son los que se suelen consumir para hacernos sentir mejor
  • No detectas cuándo te llenas, y sueles comer de forma automáticamente
  • Se come de forma automática, sin pensar. (¿Te has parado a pensar en cómo comes las patatas fritas de bolsa?)
  • Termina con sentimiento de culpa o vergüenza

¿Qué diferencia al hambre real del hambre emocional?

  • Llega de forma gradual, es decir, sientes hambre en el estómago
  • Cualquier comida puede satisfacerlo, ya que lo que sientes es hambre, no un antojo mental
  • Comes de forma consciente y eres consciente de las cantidades
  • Paras de comer cuando estás lleno
  • Termina haciéndote sentir con satisfacción de placer

Consejos para evitarlo

  • Trata de tomar snacks saludables siempre que puedas: un puñado de pistachos o almendras naturales saciarán tu hambre y podrás continuar la jornada sin necesidad de recurrir a alimentos basura
  • ¿Se te antoja algo dulce? Intenta calmar la sensación con un dulce saludable en lugar de recurrir a los ultraprocesados: las bolitas de cacao y avellanas o canela y limón son muy adecuadas para esto. Te aportarán nutrientes, energía y saciedad, algo muy importante para desviar los pensamientos intrusivos del hambre emocional.
  • Si crees que no sabes o no puedes controlar tu hambre emocional, acude a un especialista para tratar de paliarlo.

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